SIN SUFRIMIENTO NO HAY SABIDURÍA
Queremos compartir con ustedes lo escrito por el sacerdote franciscano Ignacio Larrañaga. Creemos que es muy cierto lo dicho por Larrañaga. Los invitamos a reflexionar sobre ésto y ojalá podamos compartir sentimientos que surgan de esta lectura.
El que no ha sufrido se parece a una caña de bambú: no tiene meollo, no sabe nada. Un gran sufrimiento es como una tempestad que devasta y arrasa una amplia comarca; una vez que pasó la prueba, el paisaje luce lleno de calma y serenidad.
Una gran tribulación hace crecer al hombre en madurez y sabiduría más que cinco años de crecimiento normal. Cuántas veces se oye este comentario: "¡Cómo ha cambiado fulano!, ¡cuánto ha madurado! Es que le ha tocado sufrir mucho".
Cuando todo navega viento en popa, cuando no hay dificultades ni espinas, el hombre se cierra y se atornilla sobre sí mismo. Sus propios éxitos son como altas murallas que lo encierran, como en una cárcel, en sí mismo.
Cuando la enfermedad o la tribulación se enroscan a la cintura del hombre, éste posa sus pies en el suelo, comprende que todo es un sueño, vuelan las ficciones, se destiñen los atavíos artificiales, se deshace la espuma y el hombre se encuentra desnudo sobre el suelo de la objetividad. Es el capítulo primero de la sabiduría. Sin sufrimiento no hay sabiduría.
Lo que sucede es lo siguiente: cuando la tribulación cae sorpresivamente sobre el hombre y lo envuelve como una noche, el hombre no ve nada. Es muy difícil, en ese momento, disponer de una mirada de fe, porque el hombre no ve más que la perversidad humana y las causas inmediatas.
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