A pesar de la ayuda que pudieran prestar las mejores reglas, y a pesar sobre todo del cariño e ilusión crecientes que se pongan en evitarlos, es natural que en la vida de un matrimonio existan discusiones, momentos de tensión, diferencias de opiniones y de gustos.
La relación entre la pareja se refuerza y madura también de este modo, superando los conflictos y, sobre todo, aprendiendo a perdonar y a ser perdonado, que constituyen dos de las más sublimes, jugosas y gratificantes expresiones de amor.
Por lo demás, a pelearse se va uno entrenando un poco ya desde el noviazgo. No hay, pues, que asustarse demasiado ni intentar evitar a toda costa las discusiones, reprimiendo emociones y sentimientos. En ocasiones es bueno desfogarse. Pero resulta imprescindible aprender a discutir.
• Diez consejos básicos
Doy por eso algún consejo deportivo al respecto o, si se prefiere, «El decálogo del buen discutidor»:
1) No eludas la discusión por encima de todo, ni la cortes saliendo ostentosamente de la escena, cuando temes estar equivocado. Y si hubieras obrado de este modo, ten la honradez de volver, pasados los momentos de enfado, y replantear el asunto hasta alcanzar el acuerdo deseable.
2) Ten la disposición habitual de reconocer tus defectos y errores… y amar e incluso llegar a «sentir ternura» por los de tu cónyuge. Son signos de grandeza de ánimo.
3) Si adviertes que has dicho algo no objetivo o injusto, retíralo de inmediato lealmente, pidiendo perdón si es necesario (es decir: casi siempre).
4) Evita agresivas y descalificadoras ofensas personales y actitudes irónicas o despreciativas.
5) Presta atención para no proyectar inconscientemente en el otro la razón de tu malhumor. Más vale «desaparecer de la escena» por algún tiempo que descargar sobre el cónyuge o sobre los hijos una tensión de la que ellos no tienen responsabilidad.
6) No levantes acta de las culpas de tu pareja ni te empeñes en seguir echándole en cara cosas ya pasadas: menos cuanto más graves o dolorosas hayan podido ser.No devuelvas jamás a tu cónyuge al pasado: no tienes derecho (con el «sí» que le otorgaste en el matrimonio redimiste todos y cada uno de sus errores pretéritos). Intenta vivir en el presente y mirar hacia adelante.
7) Esfuérzate por comprender, si es el caso, que la rabieta del otro está surgiendo de una momentánea necesidad de desahogo.
8) Permite al cónyuge llegar hasta el final en la exposición de su malestar, intentando por todos los medios comprender su punto de vista; a menudo le bastará esa posibilidad amable de desfogue para calmarse en un 50%.
9) Procura exponer tus razones de forma clara y breve, con la máxima calma posible y, si eres capaz, con un tanto de humor (que equivale a saberte reír de ti mismo, a no tomarte demasiado en serio), pero jamás con ironía.
10) Conseguid, como ya se ha sugerido, que incluso las discusiones más violentas acaben con un gesto de reconciliación; de esta suerte, hasta las propias disputas formarán parte del humus sobre el que crece el amor conyugal.
Tal como explica José Pedro Manglano, «todo lo que constituye la vida normal puede ser alimento bueno» para el amor. «Todo: lo positivo y lo negativo». El buen amor «se alimenta de palabras, de compras, de necesidades, de ver la tele, de ir al médico, de paseos…
Del mismo modo que se alimenta de discusiones, de aburrimiento, de malentendidos, de fallos propios, de fallos del otro, de manías y de preferencias. Podríamos decir que el amor dispone de un aparato metabólico que es capaz de convertir en alimento incluso lo que de por sí es nocivo: la traición, el olvido, el desamor».
Por eso, más que el propósito de no pelearse jamás, conviene hacer el de recomponer la paz cada vez lo antes posible: nunca un matrimonio debería entregarse al sueño sin haber resuelto los posibles conflictos originados durante el día.
El amor conyugal no muere a causa de las trifulcas, sino que lo matamos por no saber ponerles remedio y sacar partido de ellas. Si por desgracia alguno de vuestros hijos ha presenciado vuestra disputa —cosa que siempre se debería evitar—, es bueno que asista también a vuestra reconciliación.
Tomás Melendo Granados
Fuente: ALMAS
Los invitamos a hacer sus comentarios sobre este artículo.
Buena semana