Friday, April 27, 2007

Jóvenes: ¡Me voy a vivir solo!

Segunda parte: Arreglándoselas ¿solos?

Después de mucho buscar, el hijo encuentra su nido: un loft que requiere varias capas de yeso, cinco manos de pintura, limpieza completa a cargo de una "empresa" y algunas refacciones de baño y cocina (muebles y artefactos nuevos, incluida la misma cocina) pero lo consiguió barato y queda cerca de la oficina. Los padres aceptan darle "efectivo" para los arreglos, el depósito de garantía y, por supuesto, ofician de garantes.

El joven se muda, y se presentan los primeros problemitas. "Voy a tener que llevarte la ropa para lavar, Ma, porque no tengo lavarropas. Y en el lavadero de la vuelta me la arruinan". Ma asiente, resignada. En el fondo el pedido no la molesta tanto. "Se creen grandes, pero siguen necesitando a la madre", le comenta, orgullosa, a una amiga. La molestia llega cuando, entre la ropa del hijo, encuentra una biquini y una toalla playera color rosa. " ¿Y esto?", pregunta azorada: "Ah, son de una amiga. Fuimos al club el domingo y se las dejó olvidadas en mi mochila. No sé cómo fueron a parar ahí". Ma tampoco lo sabe y le importa un pepino; respira profundo para serenarse, y pone las cosas en su lugar. "Otra vez revisá bien la ropa que traés a lavar a casa".

En tanto, la hija adolescente, que se enamoró de un PH de 85 metros y, pese al precio elevado, nadie se lo pudo sacar de la cabeza, también concretó su anhelo de casa propia. Como es lógico, tiene otro tipo de complicaciones. "Ma, quería decirte que no me da el tiempo para cocinar, así que voy a caer a comer durante la semana". Ma sonríe complacida. "No hay como la comida de casa", piensa. Y agrega en voz alta: "Avisame, así te preparo algo rico". "No te preocupes, Ma. Yo caigo y como lo que haya, o abro la heladera y pico lo que encuentre. Mirá que nosotras nos arreglamos con cualquier cosa". " ¿Nosotras?" "Sí, Flor y yo, y por ahí se prende la hermana. Como la madre de Flor trabaja y llega retarde... Pero si te molesta pido pizza o nos vamos a la casa de ella". Ma asegura que no le molesta, no vaya a ser que la hija se alimente mal o que la madre de Flor se ofenda. Habrá que hacer compras más abundantes y tener comida preparada en la heladera por las dudas "caigan" las chicas.

Con el correr de los días, surgen otras complicaciones que los padres de los que viven solos tienen que cubrir.
El hijo contaba con un préstamo que a último momento no le concedieron. "Me vas a tener que prestar, Pa. Me gasté un montón de plata en un aparato de música y ahora no tengo para el alquiler. Bancame este mes, que el próximo te lo devuelvo". Pa tampoco contaba con el mangazo, pero accede con sonrisa forzada. "Hay que apoyarlo, pobre. Es bueno que quiera emanciparse", piensa. Así que renuncia a comprarse un nuevo taladro y una moladora, que andaba codiciando desde hacía rato, para bancar al hijo.

La hija es más sutil y más económica en sus necesidades. Un día el padre la encuentra trepada a un banquito destornillando una bombita de luz del living. "¿Qué hacés? Y sin cortar la electricidad. ¡Qué peligro!". Ella se ruboriza y, con los ojos bajos, confiesa. "Es que se me quemó la lamparita del comedor, Pa, y en casa no tenía más bombitas". Pa la mira interrogante. "No podía comprarlas ahora, porque me quedé sin plata". Conmovido, él desenfunda su billetera y le da cien pesos. A la madre, que llega justo para presenciar la última parte de la escena, se le cruza un pensamiento "egoísta". " ¡Cien pesos para bombitas! Lo que yo gasto en el super cada tres días".

La dependencia no termina aquí. Los jóvenes que se buscaron casa propia para, de una vez por todas, emanciparse, recurren a Pa, Ma o ambos, en diversas cuestiones. Ella:
"¿Te sobra esta plancha de hacer bifes, Ma? Porque yo ando necesitando una".
Él mira codicioso la escalera. "¿Me la prestás un tiempo, Pa? Hasta que termine de arreglar los focos del departamento".

Así parten bien surtidos, dejando huecos en las casas respectivas. Porque a la plancha de los bifes, la hija suma la otra (para no ir al trabajo con la ropa arrugada), la cafetera, un velador que "casi nunca usan", unos cubiertos, azucarera y hasta el mantel de diario.
El hijo, que no tiene inhibiciones, además de la escalera arrea con un surtido de herramientas del padre, balde y escobillón de la madre, sábanas y toallas ajenas. Lo mínimo e indispensable para poder instalarse hasta que tengan tiempo y plata para comprarse sus propias cosas.

¿Arreglárselas solos? Ni en sueños. Hay que ayudarlos, apoyarlos, darles plata y bancarlos para que puedan independizarse como corresponde. ¿Hasta cuándo? Tampoco es cuestión de apresurarlos, hay que darles tiempo y comprenderlos. Los padres están resignados y dispuestos, ¡tampoco hay que ser egoístas!

Thursday, April 26, 2007

Jóvenes: ¡Me voy a vivir solo!

Por considerarlo de interés entregaremos este artículo escrito por María Barndán Araez

Pueden tener 21, 25 o 30 años –ya se sabe que estamos en épocas de adolescencia tardía- pero siguen viviendo con su familia. Los padres se quejan un poco y protestan de cuando en cuando aunque, en el fondo, sienten una inconfesable satisfacción al proclamar a los cuatro vientos "que el hijo o la hija veinteañera prefiere seguir viviendo con ellos".
Hasta que un día se desencadena el drama o la comedia.

Primera parte: La noticia bomba

El día, y en el momento, menos pensado –¡qué inoportunos son a veces los jóvenes!- él (o ella) anuncia de sopetón: "Ma, me voy a vivir solo". "Queee... ¡justo ahora me lo decís! –es el cumple 50 del padre y la comida es para cien personas-.

¿Cuándo lo decidiste? No sabíamos nada". "Hace tiempo que lo vengo pensando, pero ahora tomé la decisión porque... ya arreglé algunas cosas". La madre, mientras decora la torta, asiente comprensiva. " El alquiler del departamento –aprueba". "No. Ahora ya sé lo que voy a llevar y qué cosas me falta comprar...

Un amigo me avisó que se prende y vamos a compartir los gastos... El departamento lo estamos buscando. Pensaba pedirles a ustedes que me salieran de garantes".

La madre sonríe, aliviada. "Bueno, todavía está en veremos. Creí que se mudaba en estos días, que ya tenía todo listo y yo ¡ni noticias!", piensa. Y se pregunta " ¿habré estado muy dura con él cuando chocó el auto este verano? ¿No se me habrá ido un poco la mano con las protestas por el desorden y los platos sucios en su cuarto?".

Esta decisión de independizarse la toma algo desprevenida. Aunque el hijo haya cumplido la mayoría de edad o ronde la treintena. "Ya está grande, es lógico que quiera asumir responsabilidades, hacer su vida", reflexiona, comprensiva.

El anuncio de la hija mujer también despierta suspicacias, sobre todo en el padre. " ¿Y para qué te vas a gastar una punta de pesos en alquiler, teniendo casa y comida gratis? Si te casaras... Ahí lo entiendo".

"Yo no entiendo. ¿Te parece mal que quiera tener mi independencia? Trabajo... Además, no voy a vivir sola, compartiré los gastos..." El padre se pone lívido ("ya les pasó a varios de mis amigos y no quiero que mi hija se vaya a vivir...") ."...con Flor, que también trabaja y quiere independizarse", anuncia ella. Al padre le vuelve el alma al cuerpo. "¡Con Flor! ¡Sí, claro, es muy buena chica!"

La primera parte del plan emancipador cuenta con la aprobación de los padres. Aún a regañadientes deben reconocer que los hijos crecen y quieren su libertad. Será cuestión de acostumbrarse a que se las arreglen solos. Mirándolo bien, hasta puede ser un alivio.