Jóvenes: ¡Me voy a vivir solo!
Segunda parte: Arreglándoselas ¿solos?
Después de mucho buscar, el hijo encuentra su nido: un loft que requiere varias capas de yeso, cinco manos de pintura, limpieza completa a cargo de una "empresa" y algunas refacciones de baño y cocina (muebles y artefactos nuevos, incluida la misma cocina) pero lo consiguió barato y queda cerca de la oficina. Los padres aceptan darle "efectivo" para los arreglos, el depósito de garantía y, por supuesto, ofician de garantes.
El joven se muda, y se presentan los primeros problemitas. "Voy a tener que llevarte la ropa para lavar, Ma, porque no tengo lavarropas. Y en el lavadero de la vuelta me la arruinan". Ma asiente, resignada. En el fondo el pedido no la molesta tanto. "Se creen grandes, pero siguen necesitando a la madre", le comenta, orgullosa, a una amiga. La molestia llega cuando, entre la ropa del hijo, encuentra una biquini y una toalla playera color rosa. " ¿Y esto?", pregunta azorada: "Ah, son de una amiga. Fuimos al club el domingo y se las dejó olvidadas en mi mochila. No sé cómo fueron a parar ahí". Ma tampoco lo sabe y le importa un pepino; respira profundo para serenarse, y pone las cosas en su lugar. "Otra vez revisá bien la ropa que traés a lavar a casa".
En tanto, la hija adolescente, que se enamoró de un PH de 85 metros y, pese al precio elevado, nadie se lo pudo sacar de la cabeza, también concretó su anhelo de casa propia. Como es lógico, tiene otro tipo de complicaciones. "Ma, quería decirte que no me da el tiempo para cocinar, así que voy a caer a comer durante la semana". Ma sonríe complacida. "No hay como la comida de casa", piensa. Y agrega en voz alta: "Avisame, así te preparo algo rico". "No te preocupes, Ma. Yo caigo y como lo que haya, o abro la heladera y pico lo que encuentre. Mirá que nosotras nos arreglamos con cualquier cosa". " ¿Nosotras?" "Sí, Flor y yo, y por ahí se prende la hermana. Como la madre de Flor trabaja y llega retarde... Pero si te molesta pido pizza o nos vamos a la casa de ella". Ma asegura que no le molesta, no vaya a ser que la hija se alimente mal o que la madre de Flor se ofenda. Habrá que hacer compras más abundantes y tener comida preparada en la heladera por las dudas "caigan" las chicas.
Con el correr de los días, surgen otras complicaciones que los padres de los que viven solos tienen que cubrir.
El hijo contaba con un préstamo que a último momento no le concedieron. "Me vas a tener que prestar, Pa. Me gasté un montón de plata en un aparato de música y ahora no tengo para el alquiler. Bancame este mes, que el próximo te lo devuelvo". Pa tampoco contaba con el mangazo, pero accede con sonrisa forzada. "Hay que apoyarlo, pobre. Es bueno que quiera emanciparse", piensa. Así que renuncia a comprarse un nuevo taladro y una moladora, que andaba codiciando desde hacía rato, para bancar al hijo.
La hija es más sutil y más económica en sus necesidades. Un día el padre la encuentra trepada a un banquito destornillando una bombita de luz del living. "¿Qué hacés? Y sin cortar la electricidad. ¡Qué peligro!". Ella se ruboriza y, con los ojos bajos, confiesa. "Es que se me quemó la lamparita del comedor, Pa, y en casa no tenía más bombitas". Pa la mira interrogante. "No podía comprarlas ahora, porque me quedé sin plata". Conmovido, él desenfunda su billetera y le da cien pesos. A la madre, que llega justo para presenciar la última parte de la escena, se le cruza un pensamiento "egoísta". " ¡Cien pesos para bombitas! Lo que yo gasto en el super cada tres días".
La dependencia no termina aquí. Los jóvenes que se buscaron casa propia para, de una vez por todas, emanciparse, recurren a Pa, Ma o ambos, en diversas cuestiones. Ella:
"¿Te sobra esta plancha de hacer bifes, Ma? Porque yo ando necesitando una".
Él mira codicioso la escalera. "¿Me la prestás un tiempo, Pa? Hasta que termine de arreglar los focos del departamento".
Así parten bien surtidos, dejando huecos en las casas respectivas. Porque a la plancha de los bifes, la hija suma la otra (para no ir al trabajo con la ropa arrugada), la cafetera, un velador que "casi nunca usan", unos cubiertos, azucarera y hasta el mantel de diario.
El hijo, que no tiene inhibiciones, además de la escalera arrea con un surtido de herramientas del padre, balde y escobillón de la madre, sábanas y toallas ajenas. Lo mínimo e indispensable para poder instalarse hasta que tengan tiempo y plata para comprarse sus propias cosas.
¿Arreglárselas solos? Ni en sueños. Hay que ayudarlos, apoyarlos, darles plata y bancarlos para que puedan independizarse como corresponde. ¿Hasta cuándo? Tampoco es cuestión de apresurarlos, hay que darles tiempo y comprenderlos. Los padres están resignados y dispuestos, ¡tampoco hay que ser egoístas!
Después de mucho buscar, el hijo encuentra su nido: un loft que requiere varias capas de yeso, cinco manos de pintura, limpieza completa a cargo de una "empresa" y algunas refacciones de baño y cocina (muebles y artefactos nuevos, incluida la misma cocina) pero lo consiguió barato y queda cerca de la oficina. Los padres aceptan darle "efectivo" para los arreglos, el depósito de garantía y, por supuesto, ofician de garantes.
El joven se muda, y se presentan los primeros problemitas. "Voy a tener que llevarte la ropa para lavar, Ma, porque no tengo lavarropas. Y en el lavadero de la vuelta me la arruinan". Ma asiente, resignada. En el fondo el pedido no la molesta tanto. "Se creen grandes, pero siguen necesitando a la madre", le comenta, orgullosa, a una amiga. La molestia llega cuando, entre la ropa del hijo, encuentra una biquini y una toalla playera color rosa. " ¿Y esto?", pregunta azorada: "Ah, son de una amiga. Fuimos al club el domingo y se las dejó olvidadas en mi mochila. No sé cómo fueron a parar ahí". Ma tampoco lo sabe y le importa un pepino; respira profundo para serenarse, y pone las cosas en su lugar. "Otra vez revisá bien la ropa que traés a lavar a casa".
En tanto, la hija adolescente, que se enamoró de un PH de 85 metros y, pese al precio elevado, nadie se lo pudo sacar de la cabeza, también concretó su anhelo de casa propia. Como es lógico, tiene otro tipo de complicaciones. "Ma, quería decirte que no me da el tiempo para cocinar, así que voy a caer a comer durante la semana". Ma sonríe complacida. "No hay como la comida de casa", piensa. Y agrega en voz alta: "Avisame, así te preparo algo rico". "No te preocupes, Ma. Yo caigo y como lo que haya, o abro la heladera y pico lo que encuentre. Mirá que nosotras nos arreglamos con cualquier cosa". " ¿Nosotras?" "Sí, Flor y yo, y por ahí se prende la hermana. Como la madre de Flor trabaja y llega retarde... Pero si te molesta pido pizza o nos vamos a la casa de ella". Ma asegura que no le molesta, no vaya a ser que la hija se alimente mal o que la madre de Flor se ofenda. Habrá que hacer compras más abundantes y tener comida preparada en la heladera por las dudas "caigan" las chicas.
Con el correr de los días, surgen otras complicaciones que los padres de los que viven solos tienen que cubrir.
El hijo contaba con un préstamo que a último momento no le concedieron. "Me vas a tener que prestar, Pa. Me gasté un montón de plata en un aparato de música y ahora no tengo para el alquiler. Bancame este mes, que el próximo te lo devuelvo". Pa tampoco contaba con el mangazo, pero accede con sonrisa forzada. "Hay que apoyarlo, pobre. Es bueno que quiera emanciparse", piensa. Así que renuncia a comprarse un nuevo taladro y una moladora, que andaba codiciando desde hacía rato, para bancar al hijo.
La hija es más sutil y más económica en sus necesidades. Un día el padre la encuentra trepada a un banquito destornillando una bombita de luz del living. "¿Qué hacés? Y sin cortar la electricidad. ¡Qué peligro!". Ella se ruboriza y, con los ojos bajos, confiesa. "Es que se me quemó la lamparita del comedor, Pa, y en casa no tenía más bombitas". Pa la mira interrogante. "No podía comprarlas ahora, porque me quedé sin plata". Conmovido, él desenfunda su billetera y le da cien pesos. A la madre, que llega justo para presenciar la última parte de la escena, se le cruza un pensamiento "egoísta". " ¡Cien pesos para bombitas! Lo que yo gasto en el super cada tres días".
La dependencia no termina aquí. Los jóvenes que se buscaron casa propia para, de una vez por todas, emanciparse, recurren a Pa, Ma o ambos, en diversas cuestiones. Ella:
"¿Te sobra esta plancha de hacer bifes, Ma? Porque yo ando necesitando una".
Él mira codicioso la escalera. "¿Me la prestás un tiempo, Pa? Hasta que termine de arreglar los focos del departamento".
Así parten bien surtidos, dejando huecos en las casas respectivas. Porque a la plancha de los bifes, la hija suma la otra (para no ir al trabajo con la ropa arrugada), la cafetera, un velador que "casi nunca usan", unos cubiertos, azucarera y hasta el mantel de diario.
El hijo, que no tiene inhibiciones, además de la escalera arrea con un surtido de herramientas del padre, balde y escobillón de la madre, sábanas y toallas ajenas. Lo mínimo e indispensable para poder instalarse hasta que tengan tiempo y plata para comprarse sus propias cosas.
¿Arreglárselas solos? Ni en sueños. Hay que ayudarlos, apoyarlos, darles plata y bancarlos para que puedan independizarse como corresponde. ¿Hasta cuándo? Tampoco es cuestión de apresurarlos, hay que darles tiempo y comprenderlos. Los padres están resignados y dispuestos, ¡tampoco hay que ser egoístas!
1 Comments:
Yo vivo sola y nunca me qede sin plata, jamas le pedi plata a mi mama, tampoco le pedi q me cocine, incluso e invitado tanto a mi mama como a mis hermanas mas de una vez a cenar a fuera merendar o almorzar afuera o en casa, menos sacarle un foco!!! totalmente erado ese post!
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