La magia.
Al fin sintió hambre.
Y acercándose el tentador, le dijo:
“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”.
¿Por qué Dios permite esto o lo otro?
¿Por qué no hace que se paren los tsunamis o que no haya enfermedad, o que no haya hambre, o fulmina a los violentos y convierte los corazones de piedra en espíritus limpios?
Tal vez porque nos ha hecho capaces de alcanzar todo eso por nosotros mismos.
Tal vez porque Dios no ha creado un teatro de marionetas que bailan a su antojo, sino seres libres, capaces de buscar, compartir y construir un futuro –el reino-, sin otra magia que la humanidad compartida.
Y en ese sentido las soluciones a los problemas reales no van a venir de un genio saliendo de una lámpara, sino de la capacidad de cada uno, también yo, para buscar propuestas válidas.
¿Tal vez en ocasiones yo también aspiro a la magia?
¿Tal vez aspiro a las soluciones mágicas para problemas reales?
¿Tal vez elijo vivir en burbujas en las cosas cambian con sólo desearlo? ¿Qué problemas reales (propios y ajenos) está a mi alcance solucionar?
Hombre nuevo
una paloma por el mundo,
y nadie la encuentra.
Pero, ¿qué paloma es la que buscan?
Es una paloma blanca que lleva en el pico
el último rayo amoroso de luz
que queda sobre la tierra.
La paloma que andan buscando
es aquélla que una vez
se le posó en la cabeza
a un pobre Nazareno en el Jordán.
Aquello sí que fue un buen
juego de prestidigitación:
un hombre sencillo entra
a bañarse en el Jordán,
se le posa una paloma blanca
sobre la cabeza,
y sale de las aguas...
convertido en el Hijo de la Luz...
en el Hijo de Dios...
en el Hijo del Hombre.
Y aquel juego se hizo sin trucos y sin
trampas...
Por eso fue un milagro:
¡¡El gran Milagro del Mundo!!
Desde entonces el hombre vale más.
Y desde entonces,
todos andan buscando esa paloma,
para que se haga otra vez el Milagro:
¡Y el hombre valga más!
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